jueves, 20 de marzo de 2014

YAGÜE Y LA COLUMNA DE LA MUERTE(Parte 2) Francisco Espinosa Maestre

 
Discursos redentores

Pese a todo, muy pronto surgió una leyenda, que aún circula y que, lejos del militar africanista y fascista que rezuma el historial del carnicero de Badajoz, nos lo presenta como un falangista crítico, rebelde e incómodo para la jerarquía militar golpista y como hombre bueno y generoso en el fondo que hasta se permite tener gestos para con los rojos, por quienes se preocupa; un hombre que, con el tiempo, incluso siente “lo de Badajoz”.3 A ello ha contribuido no poco la entrada correspondiente al personaje en el conocido Diccionario de la Guerra Civil Española de Manuel Rubio Cabeza, donde se dedica más espacio –nada menos que una cuarta parte del artículo– a las declaraciones de abril de 1938 en Burgos que a los tres hitos de la carrera militar del personaje: Asturias (1934), Badajoz (1936) y Barcelona (1939). En 2009, recién demolido el monumento que lo recordaba en San Leonardo, es su hija María Eugenia la que vuelve al discurso de abril de 1938 para resaltar lo fundamental: 1) los rojos son “españoles y por tanto valientes”; 2) “Vengo a pedir perdón por los que sufren, a tratar de sembrar el amor y desterrar el odio, a restañar heridas” y 3) “Justicia social amplia, jueces rígidos e incorruptibles, exaltación patriótica constante, perdón caridad cristiana y nobleza castellana serán las bases de la nueva España”.4 Sin embargo, solo seis meses antes, con motivo de la onomástica de Franco, había manifestado públicamente en su pueblo ante un auditorio afín:

...y al que resista, ya sabéis lo que tenéis que hacer: a la cárcel o al paredón, lo mismo da (risas y aplausos). Nosotros nos hemos propuesto redimiros y os redimiremos, queráis o no queráis. Necesitaros, no os necesitamos para nada; elecciones, no volverá a haber jamás, ¿para qué queremos vuestros votos? Primero vamos a redimir a los del otro lado; vamos a imponerles nuestra civilización, ya que no quieren por las buenas, por las malas, venciéndoles de la misma manera que vencimos a los moros, cuando se resistían a aceptar nuestras carreteras, nuestros médicos y nuestras vacunas, nuestra civilización , en una palabra.5

Este discurso nos devuelve al Yagüe de la matanza de Badajoz, un Yagüe paternalista, redentor y exterminador. De paso, este discurso lo hermana con su conmilitón Queipo cuando decía, con su desparpajo habitual y quién sabe si un tanto ebrio, que puesto que su cargo no dependía del voto de nadie no tenía por qué andar halagando a unos y otros; y también –inevitablemente les salía la comparación– con el Sanjurjo que con motivo de los sucesos de Castilblanco (Badajoz) veía a los vecinos como rifeños.
La leyenda de Yagüe forma parte de la leyenda de Badajoz y en ella, como nos contó Alberto Reig Tapia, interviene incluso su propio hijo, Juan Yagüe Martínez del Campo, quien en 1979 ­–tras ver cómo José Antonio Gabriel y Galán responsabilizaba a su padre de 2.000 fusilamientos en Badajoz– mantuvo públicamente que lo ocurrido en esa ciudad después de su ocupación debería recaer sobre las nuevas autoridades y no sobre su padre, de quien por supuesto refirió el inevitable discurso de abril de 1938 en pro de los vencidos, que vendría a representar lo que la salvación del ex-ministro cedista Manuel Jiménez Fernández por parte de Queipo para sus familiares y adictos, es decir, la buena acción redentora. Sin embargo, esa responsabilidad que para el hijo de Yagüe finalizó “prácticamente a las veinticuatro horas de haber sido conquistada la ciudad”, no sólo existió hasta el momento de su partida a Mérida el día 18, tras las matanzas del 14 y 17 –recordemos que sólo después de la salida de Yagüe se permite a la gente moverse por la ciudad a partir de las 9 de la tarde y hasta las doce de la noche– sino que no cabe disociarla del personaje que crea la situación.6 Además, es la propia hoja de servicios del militar golpista la que nos informa de que en los días siguientes al 14 “se procede a continuar la limpieza, organización y defensa de la Plaza de Badajoz”.7

 
Otra anécdota ilustrará cómo era el Yagüe anterior a la supuesta conversión. Uno de los días que estuvo en Badajoz, mientras desayunaba en la casa del doctor Pinna, apareció el obispo Alcaraz. Yagüe –quizás suponiendo el motivo de la visita– ni se inmutó. “¿Qué quiere usted, Sr. Obispo?”, preguntó el militar. “Vengo a interceder por los hermanos Pla, que los van a fusilar”, dijo el obispo. A lo que Yagüe respondió: “Para que otros como usted vivan hay que fusilar a gente como ésta”. Estamos ante un anecdotario que siempre favorece a los mismos, fabricado a su medida, y no faltará quien colija el carácter justiciero y ecuánime del general falangista frente a la petición del obispo, otro que acomete su buena acción en medio de aquel baño de sangre. De todo ello parece deducirse que tanto el militar como el cura hubieran deseado en su fuero interno salvar la vida de los Pla, pero que, conscientes de lo que estaba en juego, de sus sagrados deberes, supieron sacrificar sus intereses personales en pro del bien común. Como decía el fanático cura carlista Santa Cruz: “Yo perdono, pero la Causa no”. Desde esta perspectiva el hecho de que Yagüe se adueñara para su uso personal del coche particular de Pla puede ser interpretado no como un vulgar robo fruto del botín de guerra –unos robaban máquinas de coser y otros, coches– sino como un sacrificio más de los que hubo de hacer a lo largo de la ruta antes de que su entrega a la Patria minase supuestamente su salud.8

3Sin duda, el más llamativo de los defensores de Yagüe fue Julián Zugazagoitia, quien escribió: “A la rendición de los republicanos siguió una represalia colectiva de la que se hizo personalmente responsable, no sé bien con qué fundamento, al general Yagüe. Dudo mucho, conociendo la posición política de Yagüe, que le alcance responsabilidad en semejante carnicería humana. Ella pudo haber sido obra de la exclusiva iniciativa de algunos jefes de la Guardia Civil que, derrotados por los republicanos y perdonadas sus vidas, se dedicaron a madurar un odio monstruoso que había de fructificar en las matanzas del coso taurino” (Julián Zugazagoitia, Guerra y visitudes de los españoles, Crítica, 1977, p. 124). Es posible que la clave de este texto se encuentre en la página 447 de la misma obra, en la que Zugazagoitia reproduce un supuesto informe sobre un plan de la oposición falangista contra Franco en el que el general Yagüe jugaba un papel relevante: nada menos que el representante por parte de los vencedores, junto con Indalecio Prieto u Ortega y Gasset, en el consejo asesor del infante Don Juan. Desde este punto de vista, políticamente, no era conveniente en ese momento (1939) destruir a un personaje que podía ser útil. 
4 M.E. Yagüe, “La Ley de Memoria Histórica y el general Yagüe”, en Diario de Soria, 02/06/2009.
5 La cita, sacada del Diario de Burgos de 08/10/37, procede de un trabajo inédito de Luis Castro, quien tuvo la amabilidad de pasarme el discurso completo. Seguía así: “Y cuando estén vencidos no saciaremos contra ellos nuestra sed de odios y venganzas; al contrario, les daremos una enorme cantidad de cariño, cariño con promesas de pan a los obreros, que si alguna vez se convirtieron en bestias, fue acuciados por la espuela hiriente del hambre y del abandono. Amor, mucho amor para todos y ya veréis como así serán ellos los que vienen a nosotro s y los que vestirán la camisa azul, no porque nosotros se la impongamos sino porque ellos la pedirán. (...)”.
6 Alberto Reig Tapia, Memoria de la guerra civil. Los mitos de la tribu. Alianza, 1999, pp. 116-117. El artículo citado del hijo de Yagüe apareció en Hoja del Lunes de Madrid del 2 de julio de 1979. Esta misma teoría fue utilizada posteriormente por el sacerdote neofranquista A.D. Martín Rubio, quien mantiene que “atribuir a Yagüe una matanza masiva y brutal sería tan injusto como olvidar la responsabilidad directa de los que, tras su marcha, quedaron encargados del orden público en Badajoz” (Paz, piedad, perdón... y verdad, Ed. Fénix, Madridejos, Toledo, 1997, p. 244). Sin embargo, Martín Rubio, como el objetivo no es otro que sacar a Yagüe de la escena del crimen, se cuida mucho de decirnos quiénes fueron esos otros con cuya responsabilidad carga Yagüe.
7 Archivo General Militar de Segovia, CG2, LL-30.
8 Según Luis Pla Ortiz de Urbina estas declaraciones las realizó Yagüe años después ante militares durante un concurso hípico celebrado en Cáceres. Fue el coronel Juan José Botana Rose quien se lo contó a Pla. Otra fuente que confirma dicho diálogo es el diario de la familia Pinna, proporcionado por Matías Pinna a Luis Pla en septiembre del 2000. Yagüe se alojó en Badajoz en la casa de doña Magdalena Gómez, viuda de Lopo –en la calle Menéndez Valdés–, que era suegra del doctor Fernando Pinna (Carta personal, 26/03/01).

Otras hazañas! Con más muertos!

Desde Badajoz a Santa Olalla las matanzas siguieron y entre ellas destaca la efectuada en Talavera de la Reina, de la que contamos con la foto que fue portada de La columna de la muerte.1 Se trata de la calle Carnicerías. La propaganda franquista la presentó siempre como la imagen de víctimas causadas por los rojos. De hecho todavía hay quien lo mantiene, caso del ex director del ABC de Sevilla Nicolás Salas. Excepcionalmente encontramos un testigo, un niño de 11 años que presenció la masacre desde un portal. Las víctimas eran campesinos, el día fue el de la ocupación de Talavera y el responsable, Yagüe. El testimonio de Miguel Navazo, nombre de aquel niño, fue reproducido en el libro. Esa sería la foto que mejor muestra el programa de aquellas bandas fuera de la ley. Por este crimen Yagüe también hubiera pasado por el banquillo y hubiera tenido que escuchar cara a cara las declaraciones de los testigos de aquella barbarie y las palabras de los familiares. Pero la justicia no llegó nunca.
Una larga y complicada investigación permitió saber que el autor de la referida foto no fue el fotógrafo sevillano Juan José Serrano, que acompañaba a las columnas, sino Roland E. Strunk.2 Aparentemente se trataba del corresponsal del Illustrierter Beobachter y del Völkischer Beobachter, diario oficial del Partido Nacionalsocialista del que además era jefe de los Servicios Extranjeros. Strunk era el más conocido de los corresponsales nazis y ya había cubierto antes otras guerras de agresión como la de Japón en Manchuria o la del fascismo italiano en Abisinia cuando se incorporó a la del fascismo español en su marcha hacia Madrid, marcha de la que escribió en alguno de sus reportajes que se estaba haciendo pasando sobre “montañas de cadáveres”.
Las fotografías que ilustraban sus artículos eran impresionantes y mostraban que para un militar austríaco y nazi como él, perdedor de la I Guerra Mundial y asimilado en la Alemania de Hitler al rango de oficial de las SS (Hauptsturmführer), no había limitación alguna. Pero había más. En realidad, según nos contó Paul Preston en su obra sobre Franco, el capitán Strunk era consejero militar alemán en España, donde se movía como pez en el agua. De hecho Preston, basándose en John T. Whitaker, lo sitúa en contacto directo con la cúpula golpista: Varela, Yagüe y Franco.3
1 F. Espinosa, La columna de la muerte. El avance del ejército franquista de Sevilla a Badajoz, Crítica, Barcelona, 2003.
2 F. Espinosa, “Breve historia de una fotografía”, en Cuadernos Republicanos, CIERE, Madrid, 2013, nº 81, pp. 77-105.
3 Preston, P., Franco “Caudillo de España”, Grijalbo, Barcelona, 2002, P. 237.
Las columnas que mandó Yagüe, al mando de Asensio, Castejón y Tella, tenían por costumbre acabar con la vida de todo oponente, realizar alguna masacre de carácter ejemplarizante en cada lugar que entraban, dejar un rastro de sangre por toda la ruta y eliminar a los prisioneros. De ahí la absoluta desproporción entre las bajas de los golpistas y las bajas gubernamentales. La razón es simple: las columnas dirigidas por los africanistas no sólo iban realizando brutales razzias en cada lugar que ocupaban sino que en su avance no dejaban ni heridos ni prisioneros. Lo que los golpistas llamaban bajas del enemigo incluían caídos en la lucha y cientos de prisioneros aniquilados. Algún militar, caso de Varela en su diario de operaciones, lo dejó anotado. Pero fue sobre todo un capellán jesuita, Fernando Huidobro, el que nos dejó el testimonio clave.
A Huidobro le cogió la sublevación en Friburgo, preparando su doctorado en Filosofía bajo la dirección de Heidegger. Rápidamente marchó a España y a finales de agosto se incorporó como capellán a la 4ª Bandera de la Legión. Hablamos pues de la época en que Yagüe estaba al frente de la columna. La particularidad de este capellán es que en cierto momento, harto ya de lo que veía cada día –sabía de lo ocurrido en Badajoz y fue testigo de la matanza de heridos efectuada en el hospital de Toledo–, denunció las matanzas indiscriminadas de heridos y prisioneros. Alarmado, llegó a escribir que lo que estaba costando entrar en Madrid “es castigo por los crímenes incesantes que se están cometiendo de nuestra parte” y que “los fusilamientos sin tasa, en un número desconocido hasta ahora en la historia, han traído el natural castigo”. Huidobro reconocía haber sido testigo de muchos crímenes. En octubre de 1936 elaboró unas “normas de conciencia” sobre la aplicación de la pena de muerte y las envió junto con las denuncias al círculo de Franco, al Cuerpo Jurídico Militar, a Yagüe y a Varela. Todos ellos dijeron compartir sus criterios cristianos. Huidobro no captaba que esa gente no veía contradicción alguna entre vivir de acuerdo a esos supuestos criterios cristianos y estar realizando al mismo tiempo la mayor carnicería de nuestra historia contemporánea. Para ellos lo que estaban realizando, con criterios que consideraban justos y cristianos, era simplemente la desinfección del solar patrio. Huidobro, que encontró la muerte meses después en las operaciones en torno a Madrid, fue propuesto para beatificación y canonización pero el proceso fue paralizado por el vaticano cuando se supo que el disparo que acabó con su vida no vino de enfrente sino de atrás, de un miembro de su propia compañía.1
1 Tanto la cita de la copia manuscrita de las Normas como las referencias a sus avatares proceden de la información que amablemente me pasó Hilari Raguer, caso del artículo de Rafael Mª Sanz de Diego, S.J., “Actitud del P. Huidobro, S.J., ante la ejecución de prisioneros en la guerra civil. Nuevos datos”, en rev. Estudios Eclesiásticos, nº 235, oct.-nov. de 1985, pp. 443-484.

No hay comentarios:

Publicar un comentario